Whiplash. 2014.
Director: Damien Chazelle.
Reparto: Miles Teller (Andrew) y J. K. Simmons (Fletcher).

La música
en el cine juega un papel preponderante por cuanto, en muchas ocasiones, ayuda
a profundizar en la idea que tiene el realizador al momento de plasmar una
imagen, una escena, un momento en donde puede comprender la magia, la
desgracia, la esencia misma de su obra, y qué más que enmarcar grandes
interpretaciones bajo el contexto de grandes creaciones musicales.
Eso sí,
debe deslindarse un género como los musicales, de las películas que giran en
torno a la música. Las primeras toman la
música y las canciones como estructura propia de sus diálogos y su narrativa,
donde la interrelación de personajes y sus momentos cumbre, se enfatizan a
través de interpretaciones que van más allá del histrionismo y confluyen con el
canto y el baile, dando al espectador la oportunidad de observar con más
detalles, en muchas ocasiones, la mezcla entre teatro y cine, donde los tiempos
y los espacios están debidamente sincronizados, no dando lugar a la
improvisación, que en sí misma, gracias a grandes actores, es de ya todo un
arte y una firma.
Whiplash es
todo lo contrario. Whiplash llega al
punto donde la música es el eje de la historia, no por sus interpretaciones
sino por su propia naturaleza. Mostrando
descarnadamente esa estrecha relación entre el oficio del músico y la locura,
la misma que históricamente casó en matrimonio con la grandeza de maravillosos
compositores e intérpretes, quienes van un punto más allá del sacrificio y que
inclusive, llegan a desprenderse de toda humanidad por estar un escalón más
arriba que todos los mortales.
Recalco que
hacer esta reseña me ha llamado poderosamente la atención por cuanto ha
demandado una investigación un poco mayor a la que normalmente realizo con mis
otras reseñas, todo porque para hablar de música en el cine, no sólo basta con
verla, sino que esencialmente hay que escucharla y leerla. No basta con ser una fan del jazz, del rock o
de cualquier género musical para comprender la unión que hay entre el alma del
músico y su pieza magistral, cuyo camino es el que podemos observar en esta
cinta, donde la perfección deja un legado de sangre, sudor, lágrimas y bastante
locura.

Andrew
(Teller), un joven estudiante en una de las mejores escuelas de Jazz del mundo,
pasa sus días practicando en su batería, emulando a su ídolo Buddy Rich,
buscando posicionarse en la banda escolar, que para sus alcances sería la gran
meta a mediano plazo en su vida, teniendo siempre en cuenta a un maestro que
con tintes de mito urbano, circula en los pasillos de la academia buscando a
los mejores músicos para que formen parte de su banda, la misma que como un
secreto a plena voz, dirige con tintes dictatoriales y con prácticas que rozan
peligrosamente el sadismo.
En una de
sus acostumbradas audiciones sorpresa, Fltecher (Simmons), llega al salón donde
Andrew, junto con otros compañeros, practicaban alguna melodía de trámite, pero
que intempestivamente, se convierte en su gran examen, la gran competencia
entre dos bateristas, la cual, finalmente y a sorpresa de todos, Andrew, un muchacho
retraído, solitario e inadvertido entre esa horda de promisorias luminarias,
logra sacar avante, consiguiendo lo que en principio surge como la consecución
de un sueño, pero que con el paso del tiempo termina convirtiéndose en su más
amarga pesadilla.
A son de
mal presagio, el primer día de ensayos con la banda del profesor Fletcher,
inicia con tintes castrenses, con los músicos exhalando un constante miedo,
pero que al parecer, es su más preciado elixir para poder destacarse en su arte
y poder ubicarse entre los grandes, como repetidamente los quieren reconocer
tanto Andrew como su maestro.
Su primera
interpretación será Whiplash, una pieza compuesta por Hank Levy, un músico de
Jazz estadounidense, quien dentro de su composición exigía un gran esfuerzo en
el ritmo llevado por el baterista, quien a medida que seguían los ensayos, se
enfrascaba en una batalla con otros de su especie, pero en especial consigo
mismo. Batalla que lo llevará a dejar de
lado cualquier otro amor o cualquier otra actividad que demande tiempo de su
parte, porque Andrew entenderá que para llegar al punto donde quiere ir, nada ni
nadie debe interponerse en su camino.
La demencia
del maestro Fletcher, donde sus métodos degradan cualquier vínculo pedagógico
con sus alumnos, darán muestra de aquél adagio popular que reza “la letra con sangre entra”, pues en
este caso, las partituras con sangre (literal) entran, llevando a Andrew a un
punto de no retorno, donde su ego y su melomanía, lo harán ver superior ante
sus congéneres, pero inferior ante las continuas torturas y ante la impotencia
de saber que lo que el pensaba que estaba bien, se encuentra absolutamente mal,
al punto de buscar a toda costa una excusa para decir no más y dejar la batería
a un costado.

Mientras
escribía esta reseña, escuchaba atentamente a uno de los grandes percusionistas
del Jazz Clásico como lo es Jo Jones, quien dentro de un compilado de sus más
grandes interpretaciones llamado “The essential”, hace una magistral percusión
en una de las piezas que es eje de Whiplash, como lo es Caravan escrita por
Juan Tizol, cuyo ritmo y puesta en escena, resume con vehemencia lo que esta
cinta nos quiere mostrar: la música como vocación, más allá del ser y con una
intensa búsqueda del poder.
Como lo
dije inicialmente, hay películas musicales y hay películas sobre música, y si
bien esta película podría encuadrarse dentro de las segundas, se puede observar
que el director Damien Chazelle, usa la música, el Jazz de Big Band, como
pretexto para reflejar sentimientos humanos bien representados por sus protagonistas,
quienes a lo largo de la cinta, mantienen un suspenso constante que encuentra
su clímax en el enfrentamiento ampliamente llevado a la gran pantalla, entre
maestro y alumno, donde aquello que llega el punto donde el alumno supera al
maestro, queda en un limbo interesante, pues podría decirse que ambos llegan a
esa misma cúspide, curiosamente enmarcada en la decadencia de sus propios
seres.
Whiplash
enerva, ataca aquel punto donde empiezan los sueño y quieren hacerse realidad,
despedaza esperanzas e ilusiones y acobarda los anhelos dejando a la mano la
simple realidad, situación que es su gran triunfo, además de introducir al
espectador a un mundo, que si bien para los conocedores es algo de rutina, para
el caso general, es un gran viaje al interior de la percusión de verdad, la
percusión que pareciera imposible, el ritmo más allá de lo probable, el único
que pudiera ser construido por el Jazz, ya que, si bien he sido a lo largo de
mi vida un fan del rock clásico y de algunos de sus movimientos modernos, no
hay mejor batería que la que se pueda escuchar en una pieza de Jazz. Ya lo dice la película en una de sus escenas,
al enfocar una frase que dice: “Si no sabes tocar batería, dedícate al rock”.

Calificación:
8.5/10
Nota: Esta
película ha sido la obra de mostrar en esta temporada por parte del cine
independiente. Llevándose todas las
palmas en el Festival de Sundance, meca de cintas de este género. Compite el próximo 22 de febrero por 5
premios de la Academia, incluyendo el de mejor película, aunque desde ya se
puede asegurar que tiene una estatuilla fija en cabeza de J. K. Simmons, quien
en su rol de Fletcher, está arrasando con los premios este año.
Una última
recomendación. Si quieren ver algo más
sobre la unión de la música, el ingenio y la locura, los invito a ver
Claroscuro (Shine). Una película biográfica
basada en la vida del pianista David Helfgott, que le mereció un premio Óscar
como mejor actor a Geoffrey Rush, y nos dejó una de las mejores escenas de una
película sobre música, que se ha hecho, en mi concepto, en la historia del
cine.
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