Para nadie
es un secreto que dadas las libertades creativas que se otorgan en el cine
independiente, aún se conserva ese tan discutido mote de arte que ostenta el
cine, debido a la fuerte influencia de los grandes presupuestos invertidos por
la industria cinematográfica en producir películas que, más que una muestra de
sincronía entre belleza y emocionalidad, terminan convirtiéndose en herramientas
efectivas apara recaudar millones y millones de dólares en taquilla, que si
bien son saludables para sus propias arcas, van en desmedro del buen gusto y de
la atracción de quienes como sommelier, buscan adentrarse en cepas exquisitas
que habiten perdurablemente en sus sentidos.
Pues bien,
la entrega número 87 de la estatuilla más codiciada del circuito de premios que
reconocen al séptimo arte, tuvo lugar el pasado 22 de febrero, con su
acostumbrada fanfarria y pomposidad, la cual en ocasiones, en especial para
algunos puristas, demerita el objetivo de los premios por darle más relevancia
a la celebridad, apreciación que no es lejana de la realidad, pero que para
este servidor, es una elemento que suma en interés y en proyección mediática a
lo que año tras año esperamos con ansia, conocer cuál fue la mejor película del
año.
El
encargado de llevar las riendas de la conducción de esta velada fue el
polifacético Neil Patrick Harris, antiguo Md. Doogie Houser, hoy Barney
Stinson, reconocido en el medio artístico por sus fuertes dotes histriónicas y
por haber conducido con un mediano éxito algunas entregas de los premios Tony,
que reconocen lo mejor del teatro, pero que a tono de maldición, no colmó las
expectativas de quienes inicialmente creíamos que podía tomar el bastión dejado
por Billy Cristal, en años recientes, como conductor de la ceremonia de
premiación, viéndose este año superado por una imposición casi generalizada de
convertir alguna de sus gracias en viral dentro de las redes sociales, tal como
lo hiciere Ellen DeGeneris con su famosa selfie,
infructuosamente intentándolo con la
representación de una escena de la galardonada Birdman, al hacer una
presentación en unos ajustados calzoncillos blancos. Hasta ahí lo que quedó por contar del host de
este año.
Ya en el
plano importante, el de los premios, la batalla cabeza a cabeza que libraron
Boyhood y Birdman durante la temporada de premios, de la cual llevaba una leve
ventaja la primera, finalmente fue ganada por la segunda, dándole a un representante
latinoamericano, el primer Óscar en la categoría de mejor película, consagrando
a Alejandro González Iñárritu en lo más alto del firmamento cinematográfico,
después de reiteradas incursiones de alta calidad, pero que en su momento
fueron superadas por otras producciones.
González
Iñárritu, hizo eco de la gran influencia que Hollywood está recibiendo de
grandes mentes latinoamericanas, al repetir la hazaña lograda en 2014 por
Alfonso Cuarón con Gravedad en la categoría de mejor director, imponiéndose
ante un favorito como lo era Richard Linklater con Boyhood, quien espero no
tenga que aguardar por otros 12 años para darnos una obra maestra que para mi
gusto, era la favorita en la noche del 22 de febrero, pero que terminó
llevándose un reconocimiento en la categoría de mejor actriz de reparto,
recibido por Patricia Arquette, quien después de varios años en el celuloide,
recibió el reconocimiento que tanto esperaba, encarnando a una mujer sencilla
que como tantas en este mundo, lucha de una y mil formas para sacar adelante a
su familia, más allá de pretendientes abusivos y serias dificultades
económicas.
Si bien
Eddie Redmayne, se hizo merecedor del premio como mejor actor por La Teoría del
Todo, Michael Keaton marcará este año como el favorito de multitudes por su
gran interpretación como Riggan, la celebridad venida a menos con ganas de
volver al estrellato, la cual le dio tanta seguridad que lo dejó finalmente con
el discurso escrito, guardado en uno de los bolsillos de su smoking.
Esta
entrega de los Oscar se vio empañada por una leve controversia originada en el
desconocimiento por parte de la Academia, de las mujeres y las comunidades
Afro, dentro de sus nominados, específicamente en el caso de Selma y en la
categoría de mejor actriz, donde a decir verdad, Julianne Moore gana siendo la
menos peor, pero no realizando una de sus mejores interpretaciones, la cual se
puede entender como acomodada al gusto de una Academia que considera la
interpretación de personajes con enfermedades graves (esclerosis lateral
amiotrófica y síndrome de Alzheimer, este año) como grandes muestras de
calidades actorales, aún por encima de exigencias mentales al introducirse de
lleno en personajes con una complejidad superior a una discapacidad.
El momento
más emotivo de la noche lo brindaron el cantante John Legend y el rapero Common
con su interpretación de la canción Glory, canción original de la película
Selma, cuya presentación y puesta en escena, retrataron por unos cuantos
minutos la esencia de esta película, que detalla uno de los momentos cumbre en
la lucha del Dr. Martin Luther King por el reconocimiento de los derechos de
los afroamericanos, y que gracias a acordes llenos de música Góspel y rap, un
escenario lleno de simulados manifestantes entonando a viva voz el coro de “glory”,
desembocaron en una tormenta de aplausos por parte de los asistentes, quienes
de pie ovacionaron la que a la postre, sería considerada como la mejor canción
original, superando una favorita como lo era lost stars de Begin Again,
interpretada en la ceremonia por Maroon 5, en la voz de Adam Levine, quien hizo
su debut actoral en esta misma película.
Otro de los
galardones que ya estaban cantados desde tiempo atrás, fue el recibido por J.K.
Simmons por su papel de Fletcher en la genial Whiplash, donde al encarnar a un
profesor de música, lleva al límite la búsqueda de la perfección, rozando la
tiranía y el maltrato físico y psicológico, con un alumno que finalmente,
entendería que para cumplir su sueño, debía renunciar a todo aquello que
considerara una distracción, incluyendo su propia novia. Cabe recordar que Whiplash se convirtió en el
fenómeno de esta gala al alzarse con 3 estatuillas, incluyendo, además del
recibido por mejor actor de reparto, los de mejor edición y mejor mezcla de
sonido, llevando una idea que en su concepción se denota sencilla, a una obra
de alta complejidad donde la belleza de la música, nuevamente se muestra bajo
el telón del cruel sacrificio que deben realizar estos artistas por llegar a
donde quieren llegar.
Otra de las
grandes triunfadoras de la noche, aunque en categorías menos sobresalientes,
fue El Gran Hotel Budapest, la magnífica obra de Wes Anderson, quien ya con una
firma reconocida en cada una de sus cintas llenó de esteticismo, color y magia
una historia muy bien contada, que se llevó a casa 4 de las 9 estatuillas a las
que estaba nominada, pero que figuran como antesala para imponer una forma
especial y muy original de hacer cine, poniendo a su director a un pase del gran
reconocimiento que como cinéfilos, esperamos que reciba en un lapso no muy
largo.
En cuanto a
las categorías de mejor guión original y mejor guión adaptado, González
Iñárritu nuevamente se hizo presente al resultar ganador en la primera
categoría, junto con una cuadrilla latinoamericana, dando por entendido que ese
binomio conformado con Guillermo Arriaga en la trilogía que lo lanzara al
reconocimiento de Hollywood, ya hace parte del pasado y le da un fuerte impulso
a su propia creatividad, sumando los talentos necesarios para llevar a cabo sus
pretenciosos proyectos. En el segundo
apartado, salió victorioso Graham Moore por la adaptación del libro “Alan
Turing: The enigma” del escritor Andrew Hodges, que terminó convertida en The Imitation
Game, entrega que tuvo emotividad en las palabras de agradecimiento dadas por
Moore a la Academia, al manifestar que debido a su condición, estuvo al borde
del suicidio, situación que le ayudó a entender al protagonista de esta
historia, quien en la realidad, debió enfrentar al establishment por su homosexualismo, que aún en este momento llega
a desconocer la brillantez y el aporte de ciertos individuos.
Ahora,
arranca la nueva tarea, empaparnos de las varias películas que lleguen a
nuestras manos durante este año, que como siempre, está marcado por grandes
estrenos, pero que espero, no le quiten protagonismo en las salas a
producciones de calidad, que lastimosamente y si no fuera por salas
especializadas, que han ido en aumento durante los últimos años en Bogotá,
pasarían completamente inadvertidas, privándonos de contemplar verdaderas obras
de arte, dejando eso sí, aquellas películas multitaquilleras como una buena
opción para una tarde de domingo.