martes, 17 de febrero de 2015

BIRDMAN



Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia).  2014.  Director: Alejandro González Iñárritu.  Reparto: Michael Keaton (Riggan Thomson); Emma Stone (Sam) y Edward Norton (Mike).


Es grato para todos los cinéfilos de este lado del mundo, identificados por un mismo idioma y una idiosincrasia característica, ver que después de arduos esfuerzos y de pasos intermitentes por le élite de este amado arte, el reconocimiento a los realizadores latinoamericanos, en especial a los mexicanos, ha venido por borbotones, en los últimos 8 años, cuando Guillermo del Toro obtuvo todas las palmas en la temporada 2006 por su maravillosa y mágica “El laberinto del fauno”, donde dio rienda suelta a esa incontenible creatividad,  siguiendo con Alfonso Cuarón y su Óscar por “Gravedad”, que marcó un hito que quizás venía estancado desde la incursión espacial realizada por Stanley Kubrick en “2001: Odisea en el espacio”, quienes han hecho del espacio exterior, no sólo un escenario más sino un completo protagonista de sus historias; llegando finalmente al gran acontecimiento de esta temporada, donde Alejandro González Iñárritu, que si bien ya había hecho eco de su magnífica carrera con aquella trilogía escrita en conjunto con Guillermo Arriaga (Amores perros, 21 gramos y Babel), ahora está a punto de la cúspide de su carrera con una película que da justo donde más le duele al celuloide y que para esta temporada de premios, ha impuesto un paso que aún espera recoger todos aquellos reconocimientos que para muchos conocedores debe recibir.

Puede ser una observación despectiva afirmar que estos reconocimientos vienen justo cuando estos tres realizadores han ajustado sus producciones al gusto de Hollywood, perdiendo la identidad latinoamericana y siendo tildados hasta de vendidos por aquellos papistas recalcitrantes del arte, pero la verdad es que, como todos los reconocimientos, devienen de un esfuerzo personal y un redescubrimiento constante de sus capacidades artísticas, una evolución que no depara límites y que a futuro, aspira traer más gratificaciones que de una u otra forma han logrado un lugar en el mundo del séptimo arte a esta región que tiene muchas historias que contar y muchos artistas capaces de plasmarlas en la gran pantalla.

Ya lo decía Michael Keaton al obtener el Globo de Oro como mejor actor en una película comedia/musical, que en este momento cualquier actor de gran reconocimiento en Hollywood daría lo que fuera para participar en una película de González Iñárritu, quien se ha caracterizado por llevar a los ojos del espectador un viaje contundente a las emociones humanas, teniendo como fórmula entrelazar en un acontecimiento trágico una serie de historias que definen a sus protagonistas y los llevan a reflexionar sobre su individualidad; fórmula que gracias a la evolución ya mencionada, se rompe con Birdman, no sólo por factores de la historia, que para efectos de los premios ha sido catalogada como una comedia, pero que conlleva un intenso drama, sino también por su proceso técnico y sin igual edición, que dará un efecto que comentaré más adelante.
 

Riggan Thomson (Keaton), una gran celebridad venida a menos, quien en sus años dorados recogiera una inmensa fama y fortuna gracias a su interpretación de un súper héroe, cuyo nombre le da el título a esta película, busca retomar un lugar en las memorias de los espectadores, ya no al frente de las cámaras sino esta vez sobre las tablas de un teatro de Broadway, donde quiere hacer su última apuesta sacrificando sus últimos recursos, no sólo económicos sino personales, adaptando como director, escritor y protagonista, una obra escrita originalmente por Raymond Carver titulada What We Talk About When We Talk About Love, esperando volver a tener el brillo que con tanta nostalgia recuerda.

Sin embargo, en el proceso fielmente representado de llevar adelante la obra de teatro, se enfrenta con diferentes obstáculos que pasan por lo financiero, lo técnico y lo humano, además de una constante lucha con su alter ego, el súper héroe que alguna vez fue y que le imprime el drama a un personaje que nos lleva a una montaña rusa de emociones, pasando en 5 segundos por la hilaridad, la depresión y la maldad, finalmente conjurada por procesos de meditación, que fluye como mecanismo para exorcizar estos demonios que la fama ha creado en la figura de Riggan.

Por una imperiosa necesidad, llega a escena Mike (Norton), un actor de carta mayor, adepto y representante de los más reconocidos métodos histriónicos, quien con su ego enaltecido, llevará constantemente al precipicio los esfuerzos de un elenco que no termina de convencer y que con una mezcla de juventud y experiencia, quiere hacer las delicias de los exigentes espectadores, los cuales en las diferentes presentaciones de pre-estreno, serán testigos de las constantes luchas del director-escritor-protagonista, por sobresalir ante la imponente figura de quien a sí mismo considera como una joya en bruto de las tablas.

Riggan, además de su papel multipropósito en la obra, tiene la obligación de salvaguardar la integridad de su hija Sam (Stone), quien recientemente salió de rehabilitación a causa de sus reiterados excesos, y que para tal fin la emplea como asistente, pero que debido a la intensidad del diario acontecer tras bambalinas, termina convirtiéndose en el estandarte de su padre, que cuadro tras cuadro, lleva consigo un deterioro físico y mental, que ineludiblemente lo llevarán a su fin, o intempestivamente a la realización de su anhelado sueño, puesto que, como es bien sabido, son esos momentos de derrota y de precipitación al abismo, los que más recogen la absoluta capacidad de una humanidad decadente.




Es trágico afirmar que no hay nada más cómico que ver a un grande en decadencia o nada más dramático que ver los incansables esfuerzos de los famosos por volver al curubito, pero de verdad resulta lastimosamente cómico, ver los innumerables esfuerzos de Riggan (Keaton) por llevar adelante una empresa que nace quebrada, pero más aún, relucir su cordura por encima de la locura que el estrés y la presión por el retorno al estrellato, lo consumen poco a poco a la mirada insana de los espectadores.

Es justamente esa descripción la que recoge de las cenizas a un actor que irónicamente, pareciese estar llevando a la gran pantalla su propia decadencia, pues fue Keaton, quien de la mano de Tim Burton, le dio un lugar en el celuloide al cine de súper héroes, que antes de su recordada Batman, era una mera parodia de poca monta para el séptimo arte, pero que gracias a su excelente personificación del “caballero de la noche”, marco un antes y un después para este género, así como marcó un antes y un después para Keaton, quien después de las dos películas de Batman en las que participó, se vio relegado a papeles secundarios o a protagónicos en películas de poca monta, llevándolo casi a su desaparición de la constelación de celebridades.

Comentaba González Iñárritu en algunas entrevistas que sólo un actor con la personalidad de Keaton, podía sacar adelante un personaje tan complejo como Riggan Thomson, pues si bien podía resultar en una burla a su propia vida, su temple y amor propio, hicieron ver al público una representación y una invocación de sus propios males, resucitando para la industria, poniendo al director a la altura de Tarantino, quien al igual se ha caracterizado por resucitar viejas glorias.

Esta película le duele a Hollywood y a cada uno de sus elementos, pues muestra el cambalache que ha realizado Hollywood al intercambiar calidad por dinero, haciendo de las celebridades, figuras reconocidas no por su talento sino por sus marcas de fábrica como lo son sus músculos, curvas o sonrisas, que con el paso de los años, han relegado a un mundo underground a quienes constantemente reclamamos producciones de calidad y que lastimosamente nos tenemos que conformar con sumar números en las chequeras de las grandes productoras, mercenarias de este amado arte.

Birdman permite a todos los que de una u otra forma hacemos parte del cine, ya sea por su participación directa o por nuestro amor a la gran pantalla, nos identifiquemos con cada uno de los personajes que aparecen en la cinta, tal como sucede con quien a lo largo de la historia, no sólo del cine sino de diferentes artes, ha ostentado el papel de némesis llevando a la peor de las desdichas a quienes con su esfuerzo han logrado consignar para sí mismos el mote de artistas, pero que bajo su implacable pluma, son llevados a la miseria de ser tratados como seres inferiores.  No hablo de otro más sino de los críticos, críticos que para el caso de Birdman, no perdonan bajo pretexto alguno que una celebridad, una figura decorativa, cuyo único propósito es servir de maniquí para engrosar las ventas de sus patrocinadores, pueda ser considerado como un artista, a pesar que el mal gusto de las masas diga lo contrario.



"...Tú no eres un actor.  Eres una celebridad."


Calificación: 8.5/10

Nota: Para este domingo 22 de febrero, Birdman compite por nueve estatuillas en los premios Óscar, siendo los más relevantes los de mejor actor, mejor director y mejor película, compitiendo en estas dos últimas categorías contra mi favorita (Boyhood), con la cual ha alternado la gloria, siendo esta última la más seria aspirante al gran reconocimiento, desplazando a Birdman a la posición de sorpresa.

Antes de pasarlo por alto, dos cosas que deben observarse con mucho detenimiento en esta cinta: la primera, el plano secuencia que da el matiz de grabar esta película en una sola toma, gracias a la estupenda labor del director de fotografía Emmanuel Lubezki, cuya labor ya fue reconocida por la Academia el año anterior con “Gravedad”, y que este año va de nuevo por la gloria, con una muy seria aspiración.

La segunda, presten mucha atención al juego de puertas que recuerda las viejas tomas de la comedia de los años 20 y posteriormente en algunas caricaturas, donde un abrir y cerrar de las puertas, da pie a cambios intempestivos en la trama y que continuamente causan esa sensación de sorpresa en el espectador, quien ansioso espera por ver qué sucederá al abrir la puerta o su estupefacción al momento de ver lo que acaba de suceder, mientras la puerta se cierra de un solo golpe.




 

lunes, 2 de febrero de 2015

WHIPLASH



Whiplash.  2014.  Director: Damien Chazelle.  Reparto: Miles Teller (Andrew) y J. K. Simmons (Fletcher).

 


La música en el cine juega un papel preponderante por cuanto, en muchas ocasiones, ayuda a profundizar en la idea que tiene el realizador al momento de plasmar una imagen, una escena, un momento en donde puede comprender la magia, la desgracia, la esencia misma de su obra, y qué más que enmarcar grandes interpretaciones bajo el contexto de grandes creaciones musicales.

Eso sí, debe deslindarse un género como los musicales, de las películas que giran en torno a la música.  Las primeras toman la música y las canciones como estructura propia de sus diálogos y su narrativa, donde la interrelación de personajes y sus momentos cumbre, se enfatizan a través de interpretaciones que van más allá del histrionismo y confluyen con el canto y el baile, dando al espectador la oportunidad de observar con más detalles, en muchas ocasiones, la mezcla entre teatro y cine, donde los tiempos y los espacios están debidamente sincronizados, no dando lugar a la improvisación, que en sí misma, gracias a grandes actores, es de ya todo un arte y una firma.

Whiplash es todo lo contrario.  Whiplash llega al punto donde la música es el eje de la historia, no por sus interpretaciones sino por su propia naturaleza.  Mostrando descarnadamente esa estrecha relación entre el oficio del músico y la locura, la misma que históricamente casó en matrimonio con la grandeza de maravillosos compositores e intérpretes, quienes van un punto más allá del sacrificio y que inclusive, llegan a desprenderse de toda humanidad por estar un escalón más arriba que todos los mortales.

Recalco que hacer esta reseña me ha llamado poderosamente la atención por cuanto ha demandado una investigación un poco mayor a la que normalmente realizo con mis otras reseñas, todo porque para hablar de música en el cine, no sólo basta con verla, sino que esencialmente hay que escucharla y leerla.  No basta con ser una fan del jazz, del rock o de cualquier género musical para comprender la unión que hay entre el alma del músico y su pieza magistral, cuyo camino es el que podemos observar en esta cinta, donde la perfección deja un legado de sangre, sudor, lágrimas y bastante locura.


 
Andrew (Teller), un joven estudiante en una de las mejores escuelas de Jazz del mundo, pasa sus días practicando en su batería, emulando a su ídolo Buddy Rich, buscando posicionarse en la banda escolar, que para sus alcances sería la gran meta a mediano plazo en su vida, teniendo siempre en cuenta a un maestro que con tintes de mito urbano, circula en los pasillos de la academia buscando a los mejores músicos para que formen parte de su banda, la misma que como un secreto a plena voz, dirige con tintes dictatoriales y con prácticas que rozan peligrosamente el sadismo.

En una de sus acostumbradas audiciones sorpresa, Fltecher (Simmons), llega al salón donde Andrew, junto con otros compañeros, practicaban alguna melodía de trámite, pero que intempestivamente, se convierte en su gran examen, la gran competencia entre dos bateristas, la cual, finalmente y a sorpresa de todos, Andrew, un muchacho retraído, solitario e inadvertido entre esa horda de promisorias luminarias, logra sacar avante, consiguiendo lo que en principio surge como la consecución de un sueño, pero que con el paso del tiempo termina convirtiéndose en su más amarga pesadilla.

A son de mal presagio, el primer día de ensayos con la banda del profesor Fletcher, inicia con tintes castrenses, con los músicos exhalando un constante miedo, pero que al parecer, es su más preciado elixir para poder destacarse en su arte y poder ubicarse entre los grandes, como repetidamente los quieren reconocer tanto Andrew como su maestro.

Su primera interpretación será Whiplash, una pieza compuesta por Hank Levy, un músico de Jazz estadounidense, quien dentro de su composición exigía un gran esfuerzo en el ritmo llevado por el baterista, quien a medida que seguían los ensayos, se enfrascaba en una batalla con otros de su especie, pero en especial consigo mismo.  Batalla que lo llevará a dejar de lado cualquier otro amor o cualquier otra actividad que demande tiempo de su parte, porque Andrew entenderá que para llegar al punto donde quiere ir, nada ni nadie debe interponerse en su camino.

La demencia del maestro Fletcher, donde sus métodos degradan cualquier vínculo pedagógico con sus alumnos, darán muestra de aquél adagio popular que reza “la letra con sangre entra”, pues en este caso, las partituras con sangre (literal) entran, llevando a Andrew a un punto de no retorno, donde su ego y su melomanía, lo harán ver superior ante sus congéneres, pero inferior ante las continuas torturas y ante la impotencia de saber que lo que el pensaba que estaba bien, se encuentra absolutamente mal, al punto de buscar a toda costa una excusa para decir no más y dejar la batería a un costado. 


Mientras escribía esta reseña, escuchaba atentamente a uno de los grandes percusionistas del Jazz Clásico como lo es Jo Jones, quien dentro de un compilado de sus más grandes interpretaciones llamado “The essential”, hace una magistral percusión en una de las piezas que es eje de Whiplash, como lo es Caravan escrita por Juan Tizol, cuyo ritmo y puesta en escena, resume con vehemencia lo que esta cinta nos quiere mostrar: la música como vocación, más allá del ser y con una intensa búsqueda del poder.

Como lo dije inicialmente, hay películas musicales y hay películas sobre música, y si bien esta película podría encuadrarse dentro de las segundas, se puede observar que el director Damien Chazelle, usa la música, el Jazz de Big Band, como pretexto para reflejar sentimientos humanos bien representados por sus protagonistas, quienes a lo largo de la cinta, mantienen un suspenso constante que encuentra su clímax en el enfrentamiento ampliamente llevado a la gran pantalla, entre maestro y alumno, donde aquello que llega el punto donde el alumno supera al maestro, queda en un limbo interesante, pues podría decirse que ambos llegan a esa misma cúspide, curiosamente enmarcada en la decadencia de sus propios seres.

Whiplash enerva, ataca aquel punto donde empiezan los sueño y quieren hacerse realidad, despedaza esperanzas e ilusiones y acobarda los anhelos dejando a la mano la simple realidad, situación que es su gran triunfo, además de introducir al espectador a un mundo, que si bien para los conocedores es algo de rutina, para el caso general, es un gran viaje al interior de la percusión de verdad, la percusión que pareciera imposible, el ritmo más allá de lo probable, el único que pudiera ser construido por el Jazz, ya que, si bien he sido a lo largo de mi vida un fan del rock clásico y de algunos de sus movimientos modernos, no hay mejor batería que la que se pueda escuchar en una pieza de Jazz.  Ya lo dice la película en una de sus escenas, al enfocar una frase que dice: “Si no sabes tocar batería, dedícate al rock”. 

Como epílogo de esta reseña, es claro decir que la música y el arte en general, son vocaciones las cuales sus obras sólo son la punta del iceberg de lo que realmente es el artista.  La genialidad y la locura, van ampliamente ligadas y todo porque de aquella locura es de donde surge la brillantez de cada una de las cosas que hace de este mundo algo maravilloso. 

Calificación: 8.5/10

Nota: Esta película ha sido la obra de mostrar en esta temporada por parte del cine independiente.  Llevándose todas las palmas en el Festival de Sundance, meca de cintas de este género.  Compite el próximo 22 de febrero por 5 premios de la Academia, incluyendo el de mejor película, aunque desde ya se puede asegurar que tiene una estatuilla fija en cabeza de J. K. Simmons, quien en su rol de Fletcher, está arrasando con los premios este año.

Una última recomendación.  Si quieren ver algo más sobre la unión de la música, el ingenio y la locura, los invito a ver Claroscuro (Shine).  Una película biográfica basada en la vida del pianista David Helfgott, que le mereció un premio Óscar como mejor actor a Geoffrey Rush, y nos dejó una de las mejores escenas de una película sobre música, que se ha hecho, en mi concepto, en la historia del cine.