martes, 23 de julio de 2013

DE POR QUÉ AMO EL CINE...

Pese a que hace mucho estoy fuera de este pequeño planeta que he creado para mí y todos aquellos que amen tanto este arte como yo, quiero cambiar un poco la temática de este Blog e imprimirle un toque más íntimo, más cercano a lo que soy y a lo que quiero ser, aunque pueda sonar retórico toda vez que ya he cumplido la mitad de mis propósitos en la vida, pero puedo asegurar que me falta cumplir aquellos propósitos que están ferreamente ligados con algo sumamente importante, están ligados con mis sueños.

Se preguntarán la razón de esta introducción melodramática y medio cliché, pues la verdad es que, como todo en la vida, este momento que estoy atravesando se ha convertido en una real epifanía para mí.  Mi hijo, Juan Martín, está a pocos días de ser parte de este mundillo raro y enigmático del amor por el séptimo arte.  Es cierto que no puedo imponerle rótulos a su corazón, pero sí quiero que el vea este gran tatuaje que el cine ha hecho en el mío y que el decida si quiere ser parte de él.

Hablo de epifanía en esta ocasión porque he tenido una manifestación recurrente sobre el cómo voy a internar en este amor a mi hijo, pues de inmediato se vienen a mí los recuerdos, donde de forma especial está enmarcado el primer acercamiento que tuve con una sala oscura, abarrotada, algo ruidosa, pero que con el resplandor de esa pantalla enorme que tenía ante mí, me dejó atónito y ensimismado.  Un amor a primera vista, una amante que me recibe incondicional y que cada vez que estoy ante su presencia, siempre tiene nuevos motivos para sorprenderme.

Dumbo, una película animada de 1941, fue mi primera vez y como tal, la más recordada y amada de todas.  Esa bella historia de un elefantito caído en desgracia, abandonado al nacer a causa de los prejuicios de una sociedad hipócrita, apartado del mundo a causa de su mal vista invalidez, que si bien nos demostró que no era una incapacidad sino una diferencia, que no lo hacía extraño sino especial, espectacular, magnífico.  Esa fue mi primera vez.  Acompañado por mis padres, quienes durante toda mi vida han sido cómplices de este amor, así como mi esposa, quien acepta y comparte esta amante que de forma conciliadora, hace parte integral de nuestra familia.



Algunos puristas dirán que mi bienvenida al séptimo arte pudo ser mejor, pues se que muchos consideran a Dumbo como una película simple, comparada con otros grandes clásicos de Disney, adornados por princesas impotentes y príncipes descerebrados.  Quizás por suerte o por culpa del destino, este tierno elefantito fue mi primer compañero en la sala de proyección, robándose varias de mis limitadas sonrisas y por supuesto, impregnándose por completo en mi memoria cinematográfica, la cual de hecho, sin temor a resultar vanidoso, es bastante amplia y numerosa.

Desde ese momento para acá, la vida que ha pasdado por mis ojos, puede guardarse en miles de carretes de 35 milimetros, un script donde cada momento es una escena memorable, acompañada por una banda sonora, de la cual espero hablar en una próxima ocasión, pues como en las películas, una escena en silencio, si no está acompañada de la intensidad de nuestros actos, o mejor aún, de la fortaleza de mil notas musicales, pasará desapercibida y no será parte de nuestra historia.

Con el paso de los años y aún en mi tierna infancia, quise llenar mi vida de aventuras, ser un expedicionario arriesgado, un cazador de tesoros cuya mayor satisfacción era beneficiar a la ciencia y a la humanidad.  Fue así que entró en mi vida Indiana Jones, un profesor de arqueología, quien me deslumbro en sus tres entregas ochenteras (En busca del arca perdida, el templo de la perdición y la última cruzada), siendo mi favorita la última de esta entrega, donde se abordó la adolescencia de Indy, recordándome mis épocas de boy scout, que de hecho me integré a este grupo gracias a él, además de presentarnos a su progenitor, de quien heredó ese espíritu aventurero que todos los niños de la época queríamos emular.


Tiempo después, cuando ya empezaba a rozar mi adolescencia, llegó a mí una aventura espectacular, otra trilogía (cuando hablé de Indiana Jones, sólo hablo de trilogía, porque la cuarta entrega para mí, quedó borrada, aniquilada, no existe), donde un muchacho perezoso y terco, fiel imagen de la juventud de ese entonces, se convertía en ayudante de un científico cuya curiosidad, rayaba en la locura, una locura que nos trajo uno de los inventos más recordados del cine, apoyado en un carro popular de la época: el Delorean.

Fueron tres entregas donde "Volver al Futuro", nos llevó a tres etapas de la historia, todas ligadas con Marty McFly y el profesor Emmet Brown, un mismo bravucón y el ímpetu desmedido ocasionado por una afrenta que nos convertía en héroes o villanos: gallina.  Palabra que para Marty era el detonante que si bien lo hacía sentir héroe, terminaba demostrando que la valentía no es ser más fuerte o más arriesgado, sino más inteligente para que nuestros actos, más que llevados por la emoción, fueran llevados por la razón que finalmente era vencedora y rescataba a Marty de un destino marcado con una P mayúscula de Perdedor.


Por hoy dejo estas anécdotas hasta aquí, que si bien están por fuera de lo que normalmente hago en este Blog, son palabras que vienen en este momento justo donde un nuevo cinéfilo viene en camino y es mi obligación, internarlo en la sala oscura de pantalla gigante y sueños reflejados, para que nunca, nunca deje de soñar y de hacer de su vida una eterna fantasía.  Esta historia continuará.

Una frase para despedirme: "Hijo mío, somos peregrinos en una tierra de infieles."

¿Pueden adivinar quién la dijo?